Chimamanda Ngozi Adichie
Traducción de Javier Calvo. Transcripción de María Gascón.
Conferencia que di en diciembre de 2012 en TEDxEuston, un simposio anual centrado en África
Hombres y mujeres somos distintos. Hormonas distintas, órganos sexuales distintos y capacidades biológicas distintas: las mujeres pueden tener bebés y los hombres no. Los hombres tienen más testosterona y por lo general más fuerza física que las mujeres. La población femenina del mundo es ligeramente mayor –un 52 por ciento de la población mundial son mujeres-, y sin embargo la mayoría de los cargos de poder y prestigio están ocupados por hombres. La difunta premio Nobel keniana Wangari Maathai lo explicó muy bien y de forma muy concisa diciendo que, cuanto más arriba llegas, menos mujeres hay.
Durante las recientes elecciones de Estados Unidos no paramos de oír hablar de la Ley Lilly Ledbetter, pero si vamos más allá de su bonito nombre aliterativo, lo que la ley nos estaba diciendo era esto: en Estados Unidos un hombre y una mujer pueden estar haciendo el mismo trabajo con idéntica cualificación y el hombre cobra más por el hecho de ser hombre.
De forma que, en un sentido literal, los hombres gobiernan el mundo. Esto tenía sentido hace mil años. Por entonces, los seres humanos vivían en un mundo en el que el atributo más importante para la supervivencia era la fuerza física; cuanto más fuerza física tenía una persona, más números tenía para ser líder. Y los hombres, por lo general, son más fuertes físicamente. (Por supuesto, hay muchas excepciones). Hoy en día vivimos en un mundo radicalmente distinto. La persona más cualificada para ser líder ya no es la persona con más fuerza física. Es la más inteligente, la que tiene más conocimientos, la más creativa o la más innovadora. Y para estos atributos no hay hormonas. Una mujer puede ser igual de inteligente, innovadora y creativa que un hombre. Hemos evolucionado. En cambio, nuestras ideas sobre el género no han evolucionado mucho.
Pinturas de Maria Cassat